Enfrentando la Encrucijada de la Existencia de los su…
En la vastedad de la existencia, uno se encuentra atrapado entre dos corrientes implacables: la de los sueños chicos y la de los sueños grandes. Sueños chicos, esos destellos tenues que se desvanecen como el humo en el viento. Sueños grandes, esos monstruos que acechan en las profundidades de la mente, insaciables y aterradores. Y aquí estamos, en medio de esta encrucijada, donde la fuerza para soñar un sueño chico parece mayor que para atreverse a soñar en grande.
Porque, verán, los sueños chicos son como las olas que acarician la orilla. Son fugaces, pero reconfortantes. Un trago rápido de felicidad, un momento de tranquilidad en el caos de la vida. No necesitan mucho esfuerzo; se deslizan suavemente por nuestra mente y desaparecen antes de que podamos agarrarlos. Son como las promesas que se hacen a sí mismos los amantes en la penumbra de la noche, solo para ser olvidadas con la luz del día.
En cambio, los sueños grandes son bestias indomables. Requieren coraje, determinación y una dosis saludable de locura para siquiera considerar abordarlos. Son como montañas que se alzan hacia el cielo, desafiándonos a subir y conquistar su cima. Pero no todos están dispuestos a escalar tan alto. Es más fácil contentarse con las conchas que las olas arrastran a la orilla, que aventurarse en las profundidades del océano en busca de tesoros escondidos.
La fuerza para soñar un sueño chico radica en la comodidad de la familiaridad, en la seguridad de lo conocido. Es como acurrucarse junto a una fogata en una noche fría; te mantiene abrigado, pero nunca te llevará a lugares desconocidos. En cambio, soñar en grande exige que enfrentemos la incertidumbre y la posibilidad del fracaso. Requiere que nos lancemos al abismo de lo desconocido y enfrentemos nuestros miedos más profundos.
Sin embargo, no debemos subestimar el poder de los sueños chicos. A veces, son las pequeñas alegrías las que nos mantienen a flote en medio de las tormentas. Son las sonrisas compartidas, los momentos efímeros de felicidad, los detalles insignificantes que llenan el corazón de gratitud. Son como las pinceladas sutiles en un lienzo, que dan vida a la obra en su conjunto.
En última instancia, la fuerza para soñar reside en cada uno de nosotros. No importa si elegimos los sueños chicos o los grandes; lo importante es que no dejemos que la rutina y la apatía nos arrastren hacia la mediocridad. Ya sea que optemos por perseguir los destellos fugaces o las estrellas inalcanzables, lo que importa es que nunca dejemos de soñar, de aspirar a algo más allá de lo cotidiano. Porque en ese acto de soñar, encontramos la esencia misma de lo que significa ser humano.
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